La imagen fotográfica como espacio en el que in habitamos y cohabitamos.
Apuntes sobre el cuestionamiento de un territorio en exploración.
Si habláramos de la emoción que debió sentir Niepce al ver por fin capturada la imagen a partir del proceso foto-gráfico, podríamos pensar una serie de alegorías al respecto, pero sin duda en coincidencia determinaríamos que el desarrollo de la técnica determinó un antes y un después en la historia. Podríamos decir que nos introdujo a un terreno donde el objeto bidimensional en el que se mantiene la imagen fotográfica planteaba una especie de ventana a otra espacio de tiempo que describía e interpretaba un fragmento de realidad, un tiempo que por su propia naturaleza de siempre seguir, en la imagen siempre será pasado y por lo tanto un tiempo que ha expirado, concluido, sin embargo al reproducir situaciones comunes o de uso popular no siempre parece ser tan alejado o incluso que haya terminado, Didi Huberman en La imagen arde (2006) habla del fuego que puede contener la imagen ceniza como aquella emoción que aun enciende al espectador, que hace presente en aquella herramienta que aunque ya no permite regresar de forma literal al evento ni su reconstrucción, evoca de modo simbólico y asociativo a esa idea de significación, lo cual lo hace presente aun sin estar, pero ya no en el plano tridimensional sino en un plano sensitivo o perceptual a través del bidimensional.
Entonces es posible pensar a la imagen como depósito o un plano que contiene luz, tiempo y materia, lo cual también permitiría pensarla como un espacio en el que es posible estar, vivir, y por lo tanto morir. Pensando este mundo bidimensional con una serie de determinismos como lo es igual en el otro mundo en que nos desarrollamos tridimensionalmente con relación a la gravedad, encontraríamos los lineamientos que lo determinan y de los cuales aún estamos empezando a explorar. Si fuese entonces un territorio nos permite así mismo in habitar, y una vez dentro, es posible que se crucen diversas y compartidas formar de habitar la imagen fotográfica, como lo hacemos en el día a día.
¿Qué sería entonces, cohabitar la imagen? Al contemplar la idea de vivir en la imagen fotográfica podríamos pensar de forma elemental que nos referimos a esta idea de inmortalizar a partir de la captura de un evento nuestra forma física para la perduración, pero eso sería sólo el reflejo de cómo nos miramos en un momento determinador, y probablemente una idea superficial de este acto.
Si dentro de las formas que se puede entender vivir se asocia con la serie de experiencias que dan sentido al paso del tiempo que un ser permanece en el plano físico, nos haría traducir este mismo significante en la habitación de la fotografía, ¿Con qué se experimenta in la fotografía como modo de habitarla, vivirla?, ¿Dónde crea puntos de interacción?. Actualmente el uso de imagen fotográfica se visualiza con tal naturalidad que hallarla para encontrar rincones de la vida fuera de la imagen es cada vez más recurrente. Podemos explorar espacios sin estar en ellos, a partir del territorio que te proporciona la imagen, con todo y sus reglas y discriminaciones que puedan caracterizarla pero a esa fotografía le damos nombre y la conceptualizamos, “éste es México”, muestre aquí cualquier imagen que se ponga en el buscador con dicha palabra, sin importar lo que aparezca, esas múltiples imágenes que se develan en el recuadro del buscador, que colindan y determinan la palabra buscada nos permiten vivir diferentes realidades por muy alejadas unas de otras que nos puedan parecer, pero todas ellas chocan y se unen dentro del término “México”.
Pensar en la imagen fotográfica como aquella ventana creada para asomarnos al patio de enfrente y habitarlo una vez involucrados en él, podríamos imaginarnos en formas más abstractas de identificarnos, una identificación a partir de las imágenes que nos colindan, que rodean nuestros retratos y aquellas otras que compartimos y queremos aunque no hayamos sido creadores de ellas, aquellas que veneramos ya sea por ser de un ser sentimentalmente ligado a nosotros o el artista reconocido por su dominio teórico-técnico, pensar en cómo nos cohabitan esas imágenes, si nos empatizan con las historias que nos cuentan o si nos violentan, si nos describen o nos hacen ruido. Pensar si nosotros construimos un territorio de imágenes o son estas mismas así como las grandes ciudades que se expanden que nos intersectan y nos consumen de formas que no habíamos pensado porque asumíamos tener un control de lo que producimos, sin embargo no siempre podemos asumir un control de lo que nos colinda, del común en el que estamos implicados ya sea tridimensional o bidimensionalmente.
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Joyce Mtz. Medrano, Egresada de la facultad de artes plásticas con licenciatura en fotografía, ha concluido diversos diplomados y cursos con relación al arte, la cultura y la salud. Cuenta con varias exposiciones colectivas dentro del estado de Veracruz, México y Graz, Austria. Desde hace tres años se dedica a la docencia fotográfica en diferentes niveles educativos, ademas de trabajar en proyectos fotográficos personales y de índole social de manera independiente.
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