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Trasluz


¿Qué es trasluz? Según el diccionario, es aquella luz que pasa a través de un cuerpo transparente.

Si la fotografía es escribir con luz, ¿será que los fotógrafos son aquellos cuerpos traslúcidos cuya función es tan solo dejar pasar los rayos luminosos? Aunque la luz que llega del otro lado ya no será nunca la misma: ha pasado por un filtro.

Sabemos que ninguna fotografía es inocente y mucho menos es la realidad, por más que se nos haya repetido hasta el cansancio que la imagen (sobre todo la periodística) nos muestra “lo que en realidad pasó”. Sabemos que la verdad es otra: el fotógrafo escogió ese objeto, ese encuadre, ese preciso momento y no otro. La imagen resultante es su creación.

Parafraseando a Mads Nissen: solo esa persona, con esa historia particular y ese pasado pudo haber tomado esa foto. Y sin embargo, la presencia es tan sutil, diríase transparente, que podríamos creer que solo la luz plasmó aquel instante sin mediación alguna. Estar y no estar. Dejar que la historia se cuente a sí misma, mostrar sin reserva y sin embargo, el mero registro es ya una intervención. Ni lo mirado ni el que mira serán ya nunca los mismos después del acto fotográfico. No tomaremos dos veces la misma foto, diría Heráclito.

En los años recientes, México se ha convertido en un campo de guerra; en particular el estado de Veracruz, hogar de Félix Márquez, Koral Carballo y Yahir Ceballos, ha sido uno de los lugares más golpeados por la violencia, Solalinde dijo que el estado entero es una fosa y lo más probable es tenga razón. Hemos vivido años oscuros, años con olor a muerte y los que quedamos vivos tenemos la responsabilidad de contarlo.

Para octubre de 2016, según narra Israel Hernández (“Veracruz, un hoyo negro”, Cuadernos de Doble Raya, 13 de octubre de 2016), la cifra oficial de desaparecidos en Veracruz era de 1,860 personas, otros dicen que 2,300 y el colectivo Solecito calcula un cifra más realista de entre 8 y 10 mil personas. El hecho de que el número sea un misterio es en sí mismo una ofensa.

Un recuento del mismo año (Lucía Brunet, Crónica de Xalapa, 2016) habla de que durante el sexenio de Duarte se encontraron por lo menos 14 fosas con 148 cuerpos; en esa numeralia no se incluyen las 125 fosas de Colinas de Santa Fe, donde hay cerca de 14 mil restos óseos (Animal Político, 14 de marzo de 2017) y se han encontrado más de 200 cuerpos. Las personas que descansan en esas fosas son también traslúcidas y el estado de Veracruz puede llamarse acertadamente un “Fosario”.

¿Cómo se cuenta la violencia?, ¿cómo se narra la barbarie sin comerciar con ella, sin sucumbir a ella?, ¿cómo se muestra lo peor de la especie sin perder el rumbo y la esperanza?, ¿cómo se escribe sobre monstruos sin convertirse en uno de ellos? En este proyecto los tres jóvenes artistas nos muestran cómo han ido haciéndolo durante años.

No se cruza el campo de batalla sin recibir rasguños y ellos lo saben. No se muestra el dolor sin haberlo sentido en carne propia. Lo que se narra se convierte también en parte de uno. Y si algo muestran estos tres seres traslúcidos, son las cicatrices.

Hubiera sido más fácil hacer la tarea, cumplir con el encargo, publicar lo que se pide cuando hace falta, pero ellos no se conformaron. La búsqueda estética y ética se ha mezclado en sus trabajos y aparece en sus escrituras de luz.

Hubiera sido más sencillo buscar la imagen del escándalo que por un momento despertara el asco o la compasión a modo en un mundo anestesiado, acostumbrado, saturado de horrores, o en las redes sociales, prontas tanto a la indignación como al olvido; pero ellos no se conformaron y siguieron buscando lo difícil.

Koral, Félix, Yahir se empeñaron en contar las historias que hay detrás, mostrar los detalles debajo o encima de la barbarie, eso que pasa desapercibido y sin embargo es quizá lo más importante por urgente, por necesario, por imprescindible para salir del horror. Había que buscar la otra cara del dolor, lo más humano que se esconde detrás de lo inhumano, lo único que nos queda: la esperanza.

Y es la esperanza la que está presente en las caravanas de madres que siguen buscando un solo indicio en la inclemente tierra. La otra cara del dolor es lo que muestra el pañuelo blanco anudado sobre la yerta cruz, es el suéter rojo de la niña que se ha quedado sola, sola, sola en un mundo inabarcable.

Es la vida, con todo y todo, la que se empeña en seguir y que se muestra en la soledad de los que seguimos vivos: la madre que busca a su hijo en un SEMEFO, los objetos que se empeñan en recordarnos a los que en mala hora estuvieron donde no debían, los zopilotes que, metódicos, realizan su fúnebre tarea en un camino ajado. ¿Para qué mostrar la sangre si es más duro, más inclemente mostrar las inscripciones de colores de los condenados o el colchón donde se perpetró la infamia?

La esperanza de que el ser humano sea más que una bestia se muestra en el hombre con un gato en brazos, la mano que apacigua al caballo blanco, los deudos que llevan al difunto a descansar.

La esperanza aparece también en la compasión del ojo que ha mirado, en los jóvenes que han atravesado los abismos de la muerte para mostrar lo que hay en los páramos donde reina la crueldad y la ignominia y para enseñarnos que hasta en lo más profundo de esa oscuridad hay un instante de luz.

Trasluz muestra lo que hemos sido, bueno y malo; muestra sin piedad la noche de los horrores que hemos vivido y que tendremos que recordar siempre, aún después del amanecer.

Gracias a Koral, a Yahir, a Félix, por el valor y la compasión para emprender el viaje tras la luz y compartir con nosotros las historias: las necesitamos como el aire para seguir viviendo, aunque aún no nos hayamos dado cuenta.

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Celia del Palacio Montiel. Doctora en historia por la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 3. Miembro de la Academia Mexicana de la Ciencia y del PEN Club Internacional. Coordinadora del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana, donde lleva a cabo sus actividades de investigación y docencia.

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